en pleno mes de febrero para sonrojarte las mejillas.
Ese rayito que juega en tu cabeza erizàndote la piel
e incendiandolo todo a su paso.
Ese escalofrío que te provoca cuando atraviesa
las cortinas e invade todos los rincones de tu cuarto
hasta cargar el ambiente de ese calorcito mágico.
Ese deseo de congelar cada maravilla de lo efímero.
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