En dos noches me había vaciado de lágrimas. En dos noches había experimentado un millón de sentimientos a la vez. En dos noches eternas en las que vomité todo lo que de ti quedaba.
Llegó el insomnio, la inapetencia, el duelo y la ansiedad. Pero así como llegaron, no tardaron en irse. Te luché con tu propia medicina, porque al fin y al cabo dejaste huellas de paz en mí. Dudé de ese nosotros del que nunca antes lo había hecho. Dudé hasta que perdí la razón y la volví a encontrar en esas mismas dudas.
Te vi en recuerdos amargos y en mis sueños más tristes. También en la decepción y en la cobardía despúes de pedir unos brazos que te liberaban de la culpa. Cerraste la puerta y sellaste los labios. Hacía tanto que no éramos que me había olvidado de ser. Hacía tanto que me ocultaba bajo las responsabilidades que lo último que deseaba era sufrir un giro de 360 grados, una sacudida de pies a cabeza que me agitara los esquemas sabiendo que no habría vuelta atrás.