martes, 25 de marzo de 2014

Miscelánea personal

Desde muy pequeña me he sentido emocionalmente hablando , bastante madura. Con tan sólo ocho años estaba convencida de lo mucho que me gustaba un niño de un año mayor que yo.  Además de eso, sabía exactamente por qué me gustaba. Ya hablaba conmigo misma de la rabia que sentía cuando él se mostraba tan crío...tan niño de su edad. (Lógico sólo tenía 9 años). Yo sabía perfectamente lo que deseaba un abrazo suyo. Incluso lloraba por las noches sintiéndome frustrada por no poder meterme en su cabeza para saber si se encontraba también en el mismo punto que yo. No lo pensaba literalmente de esta forma que ahora relato, pero, recuerdo perfectamente lo que se me pasaba por la cabeza.

Dos años pasé con él en la cabeza. Dos años en los que te haces mayor. En los que tu madre te pilla in fraganti jugando a la botella( con tan sólo 9/10 años) y te quita las ganas de besar a un chico hasta por lo menos los quince. Dos años en los que experimentas el fenómeno del "beso en la boca". En los que descubres que existe un deporte que te llena por dentro, que estás a la altura para jugar con los del sexo contrario. En los que sientes que por ese deporte te unes más a la figura paterna. Son años que nunca se olvidan, que dejan marcas en la piel, imborrables. Tanto buenas como malas. Que van a ser las responsables de tus decisiones futuras a corto plazo, de tus actuaciones y de tus reflexiones.

El tiempo no deja de correr. Y cuando es hora de entrar en lo que llaman ,ESO( que el nombre le queda perfecto), ahí comienzan las preocupaciones de hacerte mayor.  "Amigos" con los que has crecido, parece que intentan hacerte decrecer. La razón? No pensar del mismo modo. Las hormonas toman las riendas de los cuerpos y mentes de los chicos y chicas, se dejan llevar por lo que se conoce como "ser guay". Ante sus ojos nunca fui guay. Pero la verdad es que yo sabía que era fiel a mi personalidad. Y que no la abandonaría para convertirme en el estereotipo de lo GUAY.  A decir verdad , fueron tiempos difíciles. Lo bueno es que nací con un seguro de vida a mi lado. NUNCA me faltó una mano que me ayudase a levantarme. Pero de eso ya hablaré otro día.

Han pasado los años. Y francamente creo que sigo siendo la misma que cuando tenía ocho años. En esencia quiero decir. He vivido situaciones que hacen crecer de golpe, cuestión de destino o simplemente una cosa ha llevado a la otra . Pero sigo ilusionándome y desilusionándome como una ñiña. Hablando conmigo misma durante horas, días, minutos, cuando algo me perturba o me preocupa. Creyendo en los príncipes, aunque no azules. Ahora me limito a pensar que puede ser de cualquier otro color. El truco es que su color combine con el mío.

Arrastro inseguridades, miedos que me persiguen , pero con cada paso que doy los veo un poquito más lejos. Y en añadido, permito que me echen una mano para avanzar.
MUCHAS veces querría salir corriendo y meterme debajo de las mantas pensando que allí estoy a salvo, como en los viejos tiempos. Pero ahora sé que de poco sirve. Aún así.... he de confesar que en ocasiones sigo recurriendo a las mantas. En el fondo sigo siendo una niña. .. PERO, No me desagrada del todo la idea.




And after all you are my wonderwall.


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