Los sueños compartidos, los juegos de niños sin serlo, las canciones que se escuchan en bucle una y otra vez porque endulzan y te incitan a soñar. Las puestas de sol, los silencios que abrazan, las confesiones que sonrojan las mejillas, el hormigueo incrontrolable en el estómago, los besos edulcorados y hasta los castillos en el aire.
Los pies descalzos, la arena de la playa, las sábanas recién cambiadas, la lluvia en la ventana, los domingos de manta y sofá, el final de un libro de madrugada, un lunar sugerente, las pestañas largas en unos ojos profundos, un café con leche cucharada a cucharada, el pelo revuelto y las ideas en orden, el lugar al que siempre queremos volver una y otra vez sin importar el cómo y el cuándo.
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