jueves, 4 de enero de 2018

A mis veintiséis

A mis veintiséis aprendí que lo habitual es que reine lo efímero. Que la felicidad son momentos y no un estado perenne. Que no hay una persona superior a la otra sino que simplemente es cuestión de afinidades. Que lo sencillo puede volverse tedioso o interesante según las circunstancias y que uno mismo rompe muros o construye barreras con sus actos y palabras. Aprendí a respirar creyendo que me faltaba el aire. Alejé fantasmas y dibujé paredes entre corazones. Me reinventé con los pedazos servibles que de la historia quedaron y aprendí que no solo basta con creer con los ojos cerrados, que si los cuentos tienen final no se puede escribir lo contrario.

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