martes, 15 de mayo de 2018

De los finales de un martes cualquiera

Son exactamente las 20:59 y acabo de apartarme el pelo de la cara que el viento me ha arrojado de manera completamente esperada. Estoy en la Ciudad de la Cultura después de un largo día cargado de estudio y trabajo. Y es que refugiarme entre estas piedras se ha convertido en el mejor de mis respiros. Llevo café hasta en el cuello de mi camisa azul a rayas blancas. Llevo la sonrisa puesta aunque mis labios están un tanto mordidos  siendo el fiel reflejo del estrés que me inunda cuando me preparo para los juegos del hambre de la universidad a distancia. Llevo el cansancio en los ojos y en mis extremidades, pero también llevo pensamientos y muchas ganas de leerte desde tu última conexión a las 16:00 de la tarde. Estoy frente al sol que comienza a bajar tímidamente. Estoy sola, respirando y dejándome llevar por lo que implica estarlo. Tengo mis gafas de sol puestas, yo, que me suelo avergonzar al ponerlas por si resulta excesivamente pretencioso. Ahora, tras escribir esta estupidez, acabo de percatarme de lo injusto y ridículo que es ese pensamiento. Acabo de comprender que son esas "pequeñas" cosas las que me privan de libertad.

Estoy sola y el viento no es precisamente cálido, de hecho tengo las manos frías pero aquí sigo sentada preguntándome por qué he tardado tanto en llegar a este punto en el que estoy y soy. No tengo rabia, ni me siento frustrada, podría decirse que floto en mi propia paz... le quedan apenas unos instantes a la puesta de sol, han pasado unos treinta silenciosos minutos ahí fuera. Ya puedo irme a casa.

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